Hoy sólo soy un mendrugo de
pan en la mesa vacía,
migaja de un mal desayuno,
hambre, desolación, campo yermo.
Me duele la mordida de un
mal paso en el camino
y ni siquiera soy alimento
para el ave solitaria.
Mi distancia entre la Vida y
la Muerte es éste callejón
de
donde nadie me ve salir,
ni oyen mi gemido ni presienten mi aliento.
Soy la elegía del labriego
en el tañer de una guitarra,
la góndola al abismo de un
frió atardecer.
He de quedarme aquí en esta
mesa sin forma
como un vago rumor del
viento en la madrugada
y ni siquiera estoy seguro
de que me encuentres,
soledad, árido fundo de amarguras.
Pero aunque a nadie ésto debe importar -si estoy o no
en ésta culebra de la vida
tosca y rara-
me atrevo a ser lo que a
veces nunca pienso:
palpito
de un amanecer sonriente y altivo.
Sólo soy lívido encanto de mis horas negras
donde me celebro a mi manera
con la música del viento
y me marcho detrás de la
campana agorera
al crepúsculo mustio de la
puerta indómita.
Miro el tren de los
recuerdos: ya no están,
la mirada triste del gentío
al despedirse
asidos del silencio con el
corazón helado,
y me da miedo haberme
quedado muy solo.